INFOSEL, Crónica cultural del jueves 21 de noviembre, 2013.
El jardín secreto de la casa de Luis Barragán. Foto MCA, 2013. |
Hace veinticinco años que un viernes como este próximo falleció
en su casa de la ciudad de México el arquitecto Luis Barragán (1902-1988), un
hombre que dejó una huella clara en la historia de la arquitectura, el único
mexicano que ha logrado el Premio Pritzker (1980).
Son tres las fuentes de las que me he surtido para poder
apreciar, disfrutar y entender lo que hizo: la familiar, a través de dos espejos,
en donde veo reflejada su vida y su obra, como ha sido a través de la obra de
Andrés Casillas de Alba, discípulo y amigo de Barragán con quien compartió de
manera natural lo sustantivo de las ideas de Barragán, para luego sublimarlas y
convertirlas en una obra única y singular, con valor propio y que en 1994 le valió recibir el Premio Jalisco de Arquitectura. La otra fuente familiar es Catalina
Corcuera, mi esposa y directora de la Casa
Luis Barragán en la ciudad de México, quien logró en el 2004 que esa casa se
inscribiera en la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO.
La segunda fuente con la que he logrado entender y
disfrutar la obra de Barragán ha sido a través del arquitecto Juan Palomar
Verea. Este amigo, artista y poeta ha sido la columna vertebral, desde hace casi
un cuarto de siglo, de eso que llamó Fundación de Arquitectura Tapatía Luis
Barragán.
Finalmente, ha sido a través de algunos textos del doctor
Alfonso Alfaro en donde ha expresado sus ideas claras sobre la obra de este
artista tapatío y, recientemente, en la Introducción que hizo para el
curso en línea de Guadalajara, la perla de Occidente que estamos preparando
en aulabierta.org.
‘Nada de teorías. La belleza del espacio hay que sentirlo
y, si ese espacio te impele a vivirlo, entonces, ha logrado su propósito’, eso decía
Andrés cuando platicábamos de arquitectura. Afortunado por que en 1989 diseñó mi
casa en Tlalpan un town-house de 8 x 15 metros que, nos impele a vivirla de tal
manera que, con trabajos, salgo de ella. Ha sido una obra que disfrutamos las
cuatro estaciones, día tras día, como pocas cosas en nuestra vida. Estoy seguro
que, en este proyecto, Andrés compartía las herramientas de Luis Barragán: “la
intimidad, la magia, el misterio, el silencio como el que canta en sus fuentes;
la serenidad y la sorpresa, así como, la constante invitación a la reflexión, a
la soledad y al sueño.”
Juan Palomar nos ha contado en Guadalajara
arquitectura y ciudad cuando Barragán viajó por Europa y “entre otros
deslumbramientos, encontró la obra de Ferdinand Bac (1859-1952), una síntesis
de la arquitectura mediterránea que hechizó a Barragán y a sus compañeros con ese
espejo lejano de lo que ya existía en Guadalajara: los corredores, los patios llenos de vegetación,
las fuentes de agua, los materiales sencillos, los jardines… y, de esta manera,
encontraron una nueva manera de expresarse.”
Y, finalmente, Alfonso Alfaro que ve las cosas desde una
perspectiva histórica y cómo después de la Revolución “sus hijos pudieron
incorporarse a las dos vertientes del nuevo proyecto nacional: la manifiesta y
la oculta. Orozco participó con
brío en el festín del arte oficial que exaltaba a la Revolución triunfante,
mientras que Barragán, por el
contrario, se entregaba al cultivo de ese jardín secreto que era el espacio… La luz gozosa que da vida a los recintos
de Barragán surge de esa misma hoguera escondida que incendia los murales de
Orozco y que abrasa, con lumbre invisible y metafísica, esos llanos donde Rulfo
pudo seguir la huella quemada de nuestros pasos.”
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