Ciudad de México, sábado 28 de enero,
2017.—
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Marthe Keller, la dama del perrito. |
Estoy seguro que la escritura de
Chejov es químicamente pura, si es que le podemos decir así a cierto tipo de
escritura o persona: la trama es sencilla para contarnos una historia de amor
que, por más deslumbrante que parezca, no nos lleva ningún lado, excepto, a compartir
la angustia de arriesgar todo por nada, como sucede en La dama del perrito (1899) escrita cuando Chejov
estaba enfermo y se había ido a curar a un balneario en Yalta.
Inspirados en
la historia de esta dama, dos cineastas rusos, Nikita Michaikov (1945-) y Aleksandr
Adabascian (1945-), toman el cuento y hacen de la dama el centro de gravedad de su película Oci
Ciornie (Ojos negros o Black Eyes, ahora en DVD) estrenada en 1987 con Marcello Mastroianni (1924-1996), Marthe Keller (1945-) y
Silvana Mangano (1930-1989) donde Gúrov ahora es un tal Romano, de unos cuarenta
años —aunque, un poco envejecido—, y la historia adquiere una nueva dimensión.
«Por su expresión
y sus andares, así como, por el vestido y el peinado se sabía que la mujer venía
de un ambiente respetable, que estaba casada y se aburría…»
Ojos negros empieza a bordo de un pequeño crucero en donde vemos a Romano descansando
en el comedor, musitando algo hasta que entra un viejo ruso para pedirle fuego.
Romano le cuenta su historia en una serie de flash-backs, color crema, blanco y
ocre, donde ese encantador y bon vivant ha abandonado su opulenta casa en
Italia y a su bella esposa (Silvana Mangano) para ir a descansar a Yalta donde se
enamora de la dama del perrito, cuyo matrimonio parece que es un horror.
Logra hacer el amor —interrumpido
por el llanto de la culpa— y poco tiempo después, con cualquier pretexto, Romano
va a buscarla a Rusia: cruza estepas y disfruta de la vida; bebe y canta feliz
de la vida Oci ciornie cuantas veces puede, hasta que se da cuenta que es
imposible convencer a la dama del perrito para que viva con él. Cuando regresa
a Italia, su mujer lo abandona y lo corre de la mansión. La dama del perrito, por
su parte, imposibilitada de abandonar a su marido, llora a escondidas.
Chejov termina su historia cuando Gúrov
y la dama se ven a escondidas en Moscú y él trata de consolarla pues «tal parecía
que un poco más adelante encontrarían una solución, y empezaría entonces una
vida nueva, maravillosa. Para ambos estaba claro que para ese final faltaba
mucho, mucho, y que lo más complicado y difícil apenas había empezado».
Michaikov, en cambio, nos ofrece un final abierto: vemos que el ruso, antes de despedirse, le cuenta un cuento corto y sale a
cubierta para reunirse con su mujer, al tiempo que descubrimos que Romano es un
simple mesero y nos queda el eco del ruso: le había salvado la vida a una joven
viuda, ahora, su querida mujercita, feliz de haberle cumplido su capricho y haberla
traído a descansar justo a este crucero. Sí, ahí estaba ella con su sombrero de
ala ancha para cubrirse del sol.
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